Para Darwin, la mansedumbre de las aves de las Galápagos le hizo reflexionar profundamente: "De estos hechos podemos inferir los estragos que la introducción de cualquier bestia de presa podría causar en un país antes de que los instintos de los aborígenes se adapten al oficio y al poder del desconocido."
Darwin amplía este aspecto en un famoso pasaje de El origen, un pasaje que contribuyó a establecer la ciencia de la ecología. Una "red de relaciones complejas" une a todos los seres vivos en cualquier región, escribe. Añadir o restar, aunque sea una sola especie, provoca oleadas de cambio que recorren la red apresuradamente, "hacia adelante en círculos de complejidad siempre en aumento". El simple acto de introducir unos gatos en un pueblo reduciría el número de ratones de campo. Matar a los ratones beneficiaría a los abejorros, cuyos nidos y panales a menudo devoran aquéllos. El aumento del número de abejorros beneficiaría a las violetas y los tréboles rojos, pues son fecundados casi exclusivamente por estos insectos. De modo que introducir gatos en el pueblo podría acabar incrementando las flores.
Para Darwin todo el archipiélago de las Galápagos ilustra esta lección fundamental. Los volcanes son mucho más diversos en su biología que en su geología. El contraste sugiere que en la lucha por la existencia las especies están moldeadas al menos tanto por la flora y la fauna locales como por la tierra y el clima del lugar. ¿Por qué otro motivo diferirían tan radicalmente las plantas y los animales de unas islas que tienen "la misma naturaleza geológica, la misma altura, el mismo clima"?
"Durante mucho tiempo eso me pareció una gran dificultad", escribe Darwin al final de El origen, "pero se debía en gran medida al error profundamente arraigado de considerar las condiciones físicas de un país como lo más importante para sus habitantes; mientras que no se puede, creo, discutir que la naturaleza de los otros habitantes, con los cuales hay que competir, es como mínimo igual de importante, y en general, un factor mucho más importante para el éxito." Cada vez que cualquier semilla o pájaro llegaba a una de esas islas, dice, "habría tenido que competir con un conjunto distinto de organismos... exponiéndose a los ataques de enemigos algo diferentes. Si luego eso variaba, la selección natural probablemente favorecería variedades diferentes en cada isla diferente".
Darwin nunca vio suceder nada de eso en la realidad. Pero concluyó que la introducción de una nueva especie en cualquier parte del planeta podría ser un suceso evolucionista: que las pequeñas invasiones pueden tener consecuencias de gran alcance. El propio invasor evoluciona rápidamente a medida que se adapta a su nuevo hogar; mientras tanto, todo lo que ya vive allí, o bien se adapta al invasor o se extingue. El resultado es un pulso en expansión entre la evolución y la extinción, una aceleración generalizada de la velocidad de cambio.
En el pasado, la velocidad del viaje era lenta en términos generales. El pinzón tenía que esperar un viento poco común. El oso polar tenía que aguardar un iceberg. La unión y separación de los continentes estaban limitadas por el ritmo de la deriva continental, el cual se mide en centímetros por año.
Hoy las invasiones a esa escala suceden a diario, y prácticamente todos los rincones de la superficie de la tierra reciben la arremetida de nuevas y diversas presiones evolutivas. Los invasores llegan en los charcos que se forman en los neumáticos viejos, en las aguas del pantoque de los barcos, en las cabinas presurizadas de los aviones; en las maletas, en los pantalones y en las suelas de los zapatos sucias de barro. La consecuencia es una intensificación de las presiones darwinianas no sólo en las islas Galápagos, sino adondequiera que miremos.
Extracto de la obra "El pico del Pinzón"
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